Gabriela Warkentin
Supermercados abarrotados y rumores a flor de piel. ¡Van a cerrar la ciudad de México! En las colonias de niveles socioeconómicos más elevados, las personas se arrebatan las últimas latas de atún. Hay que estar preparados para lo peor. Todos portan algún cubreboca, pero manosean la misma pinza para tomar el pan. Los carritos abarrotados: aceite, más aceite, litros de agua, vitaminas.
Oiga, pero nos dijeron que no había que estar en lugares en que se concentraran tantas personas. ¿Pero, qué no entiendes? Si van a cerrar la ciudad de México. Porque sí, ante la emergencia, prevalece el individuo. La solidaridad es eslogan de otros tiempos. Eso nos pasa por manosear no sólo las pinzas del pan, sino también las palabras significativas.
En México somos alrededor de 20 y pico millones de internautas (lo del pico es cortesía de la Secretaría de Educación, que así calcula las jornadas que perderán los estudiantes). Con el encierro a cuestas, no queda más que tolerar a la familia, ver la televisión, navegar por internet o todo junto. Las redes sociales bullen: recomendaciones, consejos, lamentos, más lamentos.
Y como ya no estamos preparados para vivir con tiempo y con nosotros mismos, aflora la fantasía y reverdecen las conspiraciones. De todas, la que más me gusta es la de un tal Bagbar que describe, en video youtubero, a cientos de aviones que volaban por encima de la ciudad de México y soltaban una sustancia que, al contacto humano, despertaba al virus de la influenza y hacía que nos petateáramos al instante. Yo sí recuerdo, hace unas semanas, que del cielo defeño caían gotitas; tonta de mí, pensé que estaba lloviendo. Ahora entiendo que había aviones regando el virus. Es que me sigue costando trabajo respetar la estupidez conspirativa. Tal vez sea hora de comenzar.
El secretario de Salud, doctor José Ángel Córdova Villalobos. Hasta los comunicadores menos avezados incorporan este nombre a su vocabulario. Sea lo que sea, nuestro secretario de Salud, con todo y su cara de perrito triste (¿Droopy?), no hizo mal la chamba, aunque se le hayan enredado las cifras y a veces el bloc de apuntes.
La mirada fija, los ojos caídos, la voz constante y el ánimo casi incólume para contestar por enésima ocasión la misma pregunta de los reporteros. ¿Y el cerdo de Perote? Como le había dicho… ¿Y las campañas electorales? No me toca… Oiga, ¿pero el cerdo de Perote? Como le había dicho… ¿Y las cifras, porque ni a usted ni a mí? Mire, lo que pasa es que… Oiga, de veras, ¿y el cerdo de Perote? En fin, que preguntar es un arte, ¿lo habremos entendido?
Los mexicanos somos muy buena onda y nos quieren en todo el mundo. Pues, ¿qué crees? Que siempre no. Chilenos, cubanos, argentinos, ecuatorianos, españoles, chinos… de pronto, nos tiran la peor de las vibras. A unos mexicanos que iban de paso los encierran en un hotel de Shangai. Y en los portales de la web, una vez que nuestros hermanos latinoamericanos deciden que de vuelos nada de nada, se desata la guerra verbal: que se larguen los argentinos, ni quien los quiera; prefiero ser chaparro y prieto que güero y mam…, más otras linduras.
Ante la embestida xenófoba, siempre reprobable, se nos olvida que nosotros también le hemos tirado piedras al hermano, y que no todos los nacionales de esos lares tienen mexicofobia. Pero vende ser víctima, y los medios de comunicación se regodean con las miserias humanas. ¿Cómo, si no, llenar tantas horas o páginas cuando el número de muertos va menguando?
Estos días de influenza han dejado varias lecciones. Algunas buenas: desde la reacción de las autoridades hasta la respuesta de una gran parte de la población. Pero todo esto evidenció también que México podría ser, sin duda, un mejor país: más solidario, menos ombliguista, más global, menos limitado. Ahora vienen épocas de campañas, y habremos de ver qué sucede con éstas y otras instantáneas. Mi deseo: que elevemos la calidad del horizonte, nos lo merecemos. Por lo pronto, sigo volteando al cielo: no vaya a ser que me anden “envirulando” y yo como si nada.
Directora del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana y de su estación de radio ibero 90.9 FM