Denise Maerker
Atando cabos
La pregunta es: ¿puede un Presidente mostrar su enojo públicamente? ¿Es conveniente? ¿Es estratégico?
Porque de que está enojado no hay duda. En la inauguración de una Unidad de Medicina Familiar en Uruapan, Michoacán, en un discurso improvisado, dejó clara su molestia con los chinos, los argentinos y los haitianos. Sobre los chinos dijo que en 2003, cuando apareció el SARS, “la política pública que se usó fue más bien callar los casos y no decirle al mundo que había un problema, y eso creo que agravó las cosas”. Tiene razón, pero son los mismos chinos que días antes enviaron un cargamento de ayuda que el Presidente consideró conveniente y apropiado recibir en persona. Entre la desmañanada en el aeropuerto y la crítica en Uruapan lo que pasó fue que los chinos trataron a un grupo de mexicanos como hacen ellos siempre, es decir, sin el menor respeto por los derechos humanos.
De Haití dijo que es el país más pobre de América, donde la gente se está muriendo no del virus, sino de hambre, y que a pesar de eso rechazaron un barco con ayuda mexicana. Y lo explicó: “Yo creo que no es más que fruto de la desinformación o de la ignorancia”. Es cierto, ante el terror de que les llegue un virus sabiendo que no tienen sistema de salud optaron por una medida extrema e inútil. ¿Le toca al Presidente juzgarlos? ¿Decirlo públicamente? A los argentinos los criticó por cómo manejaron su problema con el dengue. Y sugirió que quizá si ellos hubieran adoptado las correctas medidas de medición y de prevención (¿cómo nosotros?) “pudieron haber aportado mucho a la humanidad”. ¿De verdad el Presidente considera que debemos ahora ponernos como ejemplo ante el mundo? ¿No es momento más bien de ver dónde fallamos para enmendarlo?
Por supuesto que México, como país, debe inconformarse enérgicamente a través de los canales que ofrecen las instituciones internacionales de cualquier acto discriminatorio o de medidas absurdas y costosas. Y si, por alguna razón, quiere ir más lejos, para eso está la Cancillería. Pero las declaraciones del Presidente no son diplomáticas ni reivindicativas ni estratégicas ni nada. Son muestras viscerales de enojo. Como las que muy a menudo le escuchamos a Hugo Chávez y que nos hacen sonreír por su chabacanería.
¿Quiere el Presidente capitalizar la crisis enrollándose en la bandera y explotando el sentimiento nacionalista? Puede ser, pero no lo creo; su molestia parece genuina, igual que su incapacidad para controlarla.