La famosa cuesta de enero, que ya de por sí era difícil escalar para los regiomontanos, ha tomado proporciones de alpinismo con la famosa crisis mundial y las alzas anunciadas en todos los precios.
Lo anterior ha llevado a mucha gente a pedir prestado para cumplir con sus obligaciones o pagar sus sueños y deseos. Dice el dicho que todo cuesta y esto también aplica para el dinero. Como todos los bienes, el capital requerido cuando no se tiene es un bien por el que se tiene que pagar una renta que llamamos interés.
Por ello decidí dedicar este artículo a uno de los instrumentos de crédito más conocidos en el mercado: la tarjeta de crédito.
La tarjeta de crédito y sus emisores y principales promotores, los bancos y las sociedades financieras de objeto múltiple, han sido objeto de numerosas notas informativas recientemente.
Entre lo más relevante para este artículo se encuentran aquellas que informan que la morosidad en el pago de la deuda contraída con tarjetas de crédito supera ya el 10 por ciento. También hace mucho ya que la cartera vencida en tarjetas de crédito supera en números absolutos la cartera vencida de 1994 y 1995, ¿se acuerda de esos años?
Pues las autoridades financieras también se acuerdan de lo que pasó entonces, y por ello están buscando aumentar las provisiones que exigen a los emisores para cuidarse del quebranto que representa la falta de pago. El problema radica que para cubrir dichas provisiones, lo más seguro es que los bancos incrementen la carga a los usuarios cumplidos vía mayores intereses y comisiones en vez de buscar reducir la cartera vencida a través de un mayor cuidado en la emisión de tarjetas.
Para entender por qué los bancos dan tarjetas indiscriminadamente, es preciso ilustrar el gran negocio financiero que significan estos plásticos para sus emisores.
En primer lugar, los bancos cobran una comisión por transacción al comerciante que acepta tarjetas que va del 1 al 5 por ciento o más del valor de la venta y que para efectos del presente ejemplo vamos a poner en 3 por ciento. Entonces, cuando usted hace una compra de 100 pesos con tarjeta, el banco le paga de inmediato al comerciante 97 pesos.
Suponiendo que a fin de mes pague íntegro el saldo de su tarjeta para no pagar intereses, el banco ganó en la transacción 3 pesos o el 37.11 por ciento de interés anualizado sobre los 97 pesos que le dio al comerciante.
Adicionalmente, si usted no paga íntegro su saldo al corte, va a generar un interés por el crédito que va del 33 al 65 por ciento anual y que en promedio está por encima del 41 por ciento sobre un saldo de 100 pesos, aunque el banco sólo le pagó al comerciante 97 pesos.
Finalmente, las tarjetas generan normalmente una comisión anual por uso, y a veces hasta por no uso, amén de los cargos por servicios varios y penalidades asociadas a ellas.
Si comparamos los intereses que le genera al banco el uso del plástico contra lo que puede cobrar por un crédito hipotecario o financiamiento a empresas que va entre un 12 y 16 por ciento de interés anual, entenderá sin problemas por qué los bancos se ocupan de mover las tarjetas más que otros créditos.
Por eso usted -aunque no las haya solicitado- recibe llamadas a toda hora para ofrecerle tarjetas preaprobadas; se las dan en los supermercados, tiendas departamentales, centros comerciales y poco falta para obtenerlas en la compra de cereales o juntando bolsas de papitas especialmente marcadas.
Sin embargo, la distribución indiscriminada de este tipo de crédito representa un riesgo para la institución por la posibilidad -ya demostrada- de que algunos usuarios no paguen. Como el banco debe responder por el dinero que proviene de sus clientes-ahorradores, debe formar una provisión o ahorro que al banco también le cuesta y compensa dicho costo con las ganancias que provienen de mayores intereses y comisiones. Es decir, el riesgo de impago que corre el banco lo justifica económicamente con las mayores ganancias que le representa el uso del plástico por los usuarios cumplidos.
Lo anterior en manera alguna pretende arrojar responsabilidad alguna a los bancos. Si bien un otorgamiento más diligente del crédito al consumo y un mayor énfasis en el crédito a las empresas devendría en mejores condiciones económicas generales y, a la larga, en mayores ganancias para los bancos, la responsabilidad de aceptar y usar una tarjeta de crédito recae finalmente en el usuario.
El crédito no es malo. Al contrario, bien utilizado puede ser de gran provecho personal y profesional. Sin embargo, mal administrado puede causar adicción y quebranto. Insisto, el crédito no es malo, lo malo es no saberlo utilizar.
El autor es abogado por el ITESM y maestro en Derecho por la Universidad de Nueva York.
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