Subir precios, sin ton ni son
Enrique Campos Suárez
El costo de los combustibles seguirá sufriendo un apretón gradual, sin una política clara, lo que muestra la indefinición de las políticas públicas del país.
Se llamaba Acuerdo a Favor de la Economía Familiar y el Empleo. Era el programa anticíclico que puso en marcha el gobierno de Felipe Calderón a principios de este año, para tratar de paliar la crisis.
El plan tomó un camino equivocado para un Estado, como el mexicano, que enfrenta problemas fiscales. El camino de los precios congelados. Total que uno de los anuncios más espectaculares fue el congelamiento de los precios de las gasolinas para todo el año.
No hay duda que esta determinación, junto con la drástica caída en la demanda por la recesión, fueron factores determinantes para que se lograra este año la meta inflacionaria que ya tenía muchos años sin cumplirse. Con estas distorsiones, el 2009 terminará con el Índice Nacional de Precios al Consumidor por debajo de 4 por ciento.
Total que a pesar de la promesa presidencial de no subir este año los precios de los combustibles, pues no aguantaron. No resistió la Secretaría de Hacienda la tentación de darle un apretón a los precios de
las gasolinas, mientras los consumidores estaban instalados en el dale, dale, de las posadas. Y con esto, se marca la línea de lo que viene para el 2010.
Como ya habíamos publicado en esta columna, la idea es homologar los costos de los combustibles con los precios de Estados Unidos. Por eso los aumentos serán constantes.
El problema es que no hay una política clara de precios. Hasta el año pasado, el parámetro era el incremento inflacionario. Tanto habíamos sufrido con las burbujas inflacionarias, que el control de de los índices de precios se había convertido en el eje económico nacional.
Después, este año, el populismo económico hizo presa de las decisiones económicas y vino el congelamiento de los precios de los energéticos.
Y para el próximo año, lo que se empezaba a perfilar bajo la dirección de Carstens en Hacienda era la homologación de los precios con los energéticos de Estados Unidos, sin tener una definición clara.
Hoy, este aumento, violatorio de un acuerdo presidencial, es muestra de una indefinición de políticas públicas en materia de precios tan elementales en la economía como los energéticos.
Y si no hay políticas claras para mover los precios, menos habrá una claridad en cuándo se aplican esos incrementos.
Tal parece que la idea es aprovechar los sábados, los días festivos, las posadas, vamos, la distracción de la ciudadanía para acumular la menor cantidad de críticas posibles.
Y no sólo la repulsión a la crítica, que sí la tienen. Sino también evitar que el exceso de atención en los incrementos provoque expectativas inflacionarias que se contagien a otros precios de la economía.
Está bien, pero no abonan a la confianza de los que nos vamos a ir al día de reyes, o a los tamales de la Candelaria con el temor de amanecernos con otro gasolinazo al día siguiente.
La primera piedra
Otros que están aprovechando las fiestas de fin de año para encajarse con los contribuyentes son las autoridades del Gobierno del Distrito Federal.
Las pistas de hielo, los estorbosos árboles gigantes, los conciertos de fin de año, se inauguran cuando todo mundo los ve. Pero los aumentos brutales a las tarifas públicas, de hasta 50% en el caso del boleto del Metro, ésos están reservados para cuando todo mundo descansa.
Claro, el pretexto es perfecto, son los tiempos de los procesos legislativos. Y hay un pretexto mejor: la gente pidió mayoritariamente el incremento en una encuesta.
El gobierno de Marcelo Ebrard tiene que corregir los excesos presupuestales de los años anteriores: gasto excesivo y pocos aumentos impopulares. Pero lo hacen menospreciando la inteligencia de los capitalinos. Y eso no se vale.