'Me sentí mamá'
Todos los ciudadanos tenemos derecho a expresar nuestra verdad. Ésta es la de Guadalupe Arias Rentería, la mujer de 21 años que se robó a una bebé, Catherine, del Hospital de IMSS de Costa Rica.
Silber Meza
12-06-2009
http://www.noroeste.com.mx/publicaciones.php?id=483121&id_seccion=Cuando salí del hospital con la bebé sabía que no era mía; al llegar a casa me sentía su madre.
En verdad lo creía. La bañaba, le cantaba canciones de cuna, la alimentaba. Soy de esas personas que se creen sus propias mentiras. Siempre he tenido ese problema.
He llegado a pensar que Dios no quiere que tenga un hijo. En noviembre, cuando me embaracé, estaba confundida, no sabía en realidad si deseaba ser madre, no me interesaba. Sólo me importaba el padre del niño que tenía en mi vientre. Mi único amor durante seis años. A quien me entregué por primera vez.
Él ya no podía ser mío. Una de mis amigas, la que me ayudaba a verme con él, la que me hacía el favor, terminó siendo su nuevo amor. Me dolió mucho. Lloré por él.
Al ver que las pruebas de embarazo marcaban positivo, salí corriendo a contarle pero no le interesó. Hay quienes dicen que lo hice para retenerlo y no es así. Tal vez lo único que quería era tener algo de él conmigo. Junto a mí por siempre.
Desde que mi padre se enteró del embarazo dejó de hablarme. Aún no me dirige la palabra. Dice que lo deshonré, que lo decepcioné. ¡Cómo es posible que haya salido embarazada mientras vivía en casa!, me decía.
En febrero, exactamente a los cuatro meses y tres semanas de la concepción, empezó el sangrado. Aviso de aborto. El principio del fin.
Era como si tuviese mi ciclo menstrual. Me llevaron al hospital y me internaron. El doctor dijo que haría un legrado. Se fue mi última oportunidad de ser madre. Me detectaron quistes en un ovario, el otro se dañó con la intervención. Ya no podría embarazarme de nuevo. Si lo intentaba mi vida estaría en peligro.
Guadalupe narra sus días tras una reja del Juzgado Primero Penal. Es su declaración preparatoria. En un cuarto de 6 por 5 metros. Refrigerado. Frente a su defensora de oficio y el Ministerio Público acusador. Con cerca de una decena de reporteros fotografiando su rostro, grabando sus lágrimas, escribiendo sus gestos. Más tarde lo haría de nuevo desde el interior del penal, únicamente ella y este reportero.
Los vecinos continuaban preguntando cómo seguía el bebé. Isaías se llamaría. Les decía que bien. Contaba los meses y días de gestación. Al principio la mentira era consciente, después me creí embarazada. Tanto lo creí, que el estómago me siguió creciendo. Pero en mi interior no habitaba el varón que aborté, únicamente giraba aire. Y me fui desinflando como los globos con el paso del tiempo. Poco a poco. Nunca hubo pataditas.
Semanas después contacté con una muchacha guatemalteca sin papeles migratorios. Ella estaba embarazada. Me dijo que quería regalar a su bebé y pensé en ayudarla. Ya había regalado uno antes. Mientras lo hacía me pregunté: ¿quién puede cuidar mejor a ese niño que yo? Decidí adoptarlo. Hicimos un documento, una especie de carta poder, en el que ella me cedía al niño por dos años y, si al cabo del lapso decidía regresar por él, yo se lo daría. Sé que no tenía validez.
¡Ya dio a luz!, me dijeron por teléfono. Mis labios corrieron hacia el este y oeste. Salí corriendo a comprar pañales, leche, biberón, a la tienda. El gusto no duró mucho, en realidad duró muy poco. Unas horas después me enteré que ella también abortó.
No sé si fue lo mejor que le pudo haber pasado; para mí fue lo peor. Ni siquiera deseché la ropita que había comprado, quería recordar el momento más doloroso de mi vida.
Me sentía mal. No dormía. Me dediqué a vagar por las calles de Culiacán. La ciudad donde ella abortó. Me quedaba en el malecón, en mi vocho azul, a un lado de los raspados de ciruela, los diablitos y los cacahuates enchilados.
Otra vez la oportunidad de ser madre se me había ido. Estaba convencida. Dios no quería que fuera madre. ¿Por qué? No sé. Dos días vagué y no me tomé el medicamento controlado que requiero para calmar mis nervios 48 horas antes del robo de la bebé.
Lo tengo que tomar a diario. De 10 a 15 gotas de Clonazepam por noche. Cuando no lo hago me muerdo las uñas, digo cosas que no son, siento que toda la gente me ataca, tengo insomnio, estrés, depresión, ansiedad. Me duele la cabeza, la lengua se me entumece, me duele el oído.
El miércoles 3 de junio regresé a casa en el Campo Romero, sindicatura de San Pedro, Navolato. Me dolía mucho el estómago y fui al hospital en Costa Rica. Siempre me han dado cólicos fuertes. No los aguanto.
Ahí me topé con la tía de Catherine al salir del baño. Me dijo que la niña estaba llorando. Me dio por visitar el cuarto en que había estado internada cuando aborté, el 208. Catherine estaba en el 201. Entré en un par de ocasiones. Nunca, que yo recuerde, le di pastillas para dormir a la tía o a la mamá. Menos a la bebé. Ellas dormían cuando entré a calmar a la niña. Lloraba. Sólo quería comida.
Cuando la tomé entre mis brazos y la arrullé algo dentro de mí cambió. Sentí el impulso de llevármela. Todo fue tan fácil. La coloqué dentro de una bolsa que traía y salí con ella. Nunca me vestí de enfermera como dicen. Sólo me puse una bata.
La bebé permaneció en silencio y el guardia no se percató que salía con ella. Le inventé que iba al minisuper. Todo fue tan fácil. No quería hacerle daño a los padres, lo único que deseaba era un bebé. Nunca lo planeé. Lo sentí en ese momento y lo hice.
Cuando la tuve en mi casa, desde la madrugada del jueves, la sentí mía. Le tomé muchas fotos. No dormía por cuidarla. El medicamento no lo tomé para que no me diera sueño. El lunes me llamaron del trabajo para que explicara el porqué de mi ausencia. Me peleé con mi jefe. Fue un mal momento. Pero la tristeza desapareció cuando llegué a casa y al tomar en mis brazos a la niña detuvo su llanto. Entonces me encariñé mucho con ella.
A mi mamá nunca le cuadró verme llegar con la niña. Al principio quisieron creerme pero la mentira se cayó. Ella se dio cuenta que la bebé no era la misma que me iban a regalar, como pretendí hacerle ver. Habló conmigo y, junto con mi hermana menor, me hicieron ver que echaría a perder mi vida. Me dijeron que me diera cuenta que había una madre sufriendo porque le arrebaté a su hija.
Fue hasta ese momento que entendí que la niña no era mía. Fue entonces cuando supe el daño que estaba causando. Si eso me hubieran hecho a mí, hubiese sufrido lo mismo o más de lo que padeció la verdadera mamá, Nancy Karina Chávez.
Mi madre me convenció de entregarla. Ya lo habíamos decidido.
La mañana del lunes tocaron a la puerta de mi cuarto. Al abrir me encontré con policías ministeriales. Me puse nerviosa y me dijeron que me cambiara, que no me alterara, que me subirían a la patrulla.
Sé que una de mis vecinas fue quien me delató. No le guardó rencor. Tal vez fue lo mejor.
Yo quería entregarla para que los padres ya no sufrieran pero, no sé, no sé si en el momento hubiese estado dispuesta a desprenderme de ella. También quise ver a los padres para pedirles perdón de frente. No se pudo. Creo que eso también fue bueno. Lo mejor es que me aleje de esa familia lo más que pueda.
La penitenciaría me va a servir. No sé cuántos años estaré pero me servirá. Me ayudará a reflexionar y a entender por qué hice esto, por qué me robé a la niña. Cuando llegué me dijeron que una "cholillas" me iban a golpear, igual me lo merezco, pero no me ha pasado nada. Hasta ahora todo ha ido bien.
Nota: El texto fue redactado por el reportero, con base en una entrevista realizada al interior del penal y en la lectura de la declaración preparatoria llevada cabo en el Juzgado Primero Penal.
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