Uno de los objetivos del plan para enfrentar la crisis nos pone frente al más absurdo de los pendientes del Gobierno mexicano, uno que se pudo haber resuelto hace mucho: eliminar miles de trámites burocráticos que no aportan valor a nadie.
Palabras más, palabras menos, el Presidente ha ofrecido como parte del plan intentar gastar a tiempo dinero ya disponible y presupuestado. Qué mejor prueba de que el País entero está atrapado en el exceso de trámites cuando incluso la autoridad los padece y los reconoce como obstáculo para superar la crisis.
Cuando leemos sobre los planes para enfrentar la crisis en los países de la Unión Europea o en Estados Unidos, la temática gira en torno al gasto en infraestructura, al fondeo de los bancos, a tasas impositivas, a la generación y uso de energías alternativas, entre otros temas. No es común ver gobiernos que se supliquen a sí mismos: "Me tengo que estorbar menos a mí mismo para gastar lo que ya tengo en la bolsa".
Hace décadas abandonamos la idea de un gobierno que es el motor de la economía, pero en México aún no ha habido un Presidente que se tome en serio la exigencia de una burocracia que deje de estorbar.
La semana pasada, una madre de familia fue premiada por haber identificado el trámite más inútil del Gobierno federal, uno que la obliga a esperar 15 días para que el IMSS le entregue medicina para tratar la Agammaglobulinemia de Burton de su hijo. Bien por la premiada en evidenciar su injustificado calvario, pero no nos vayamos con la finta, en México los trámites absurdos son menos exóticos que la Agammaglobulinemia.
Más bien el burocratismo es bastante democrático, lo sufrimos todos. La impronunciable enfermedad premiada pudiera hacer creer al despistado que la tramitología excesiva en México se resuelve con cortes de bisturí cuando en realidad la podríamos enfrentar a hachazos y sin riesgo de errar el golpe.
Hubiera sido interesante que en paralelo al más absurdo se hubiera convocado también a buscar el más costoso de los trámites para la economía. Aquí hubieran competido los trámites más comunes, pero multiplicados por millones; trámites tan ordinarios como una titulación universitaria, el inicio de un negocio o la exportación o importación.
El término económico que mejor define a ésta, que es las más gratuita de nuestras desventajas frente a otros países, es el de "costos de transacción". El concepto ha sido eternamente desatendido por los economistas en el gobierno que, en el mejor de los casos, entienden de finanzas públicas, pero desprecian la aplicación práctica de los principios económicos más elementales y poderosos como palancas de cambio, principios cuya validez se confirma con sólo voltear alrededor a economías que compiten mejor que nosotros porque desperdician menos dinero, pero también menos tiempo de sus ciudadanos.
Es un costo de transacción el trámite burocrático, pero también lo es el costo de hacer cumplir la ley; el costo de obtener información; el costo de negociar cuando no se confía en las instituciones; el costo de ejercer el presupuesto; el costo excesivo para comunicarnos. En fin, todos los costos que no tendrían que ser indispensables para producir algo.
Quien gritó "¿¡y las tarifas telefónicas!?" en el lanzamiento del plan anticrisis no dijo algo que estuviera fuera del lugar. Todo lo contrario, al País le cuesta mucho la incapacidad del gobierno para evitar el comportamiento monopólico de quien vende comunicación. No es fácil encontrar otro lugar del mundo en el que el servicio telefónico sea más caro y en el que dar por terminado un contrato de teléfono celular con Telcel sea tarea a la que hay que destinar días enteros.
Ejemplos abundan y en todos los sectores, incluso en el de nuestras gallinas de los huevos de oro: el turismo.
Para paliar la crisis hay quienes proponen invertir más en el desarrollo de polos turísticos. Esta idea puede ser razonable, no lo es en cambio que nuestro destino turístico generador de la mayor derrama económica por visitante, Los Cabos, lleve más de medio año secuestrado por un problema entre taxistas que no han sido capaces de resolver ni los tres niveles de gobierno juntos.
A esta gallina de los huevos de oro no la detuvo la crisis, sino autoridades enredadas en trámites e incapaces de poner orden y hacer valer la ley. La gallina antes de pedir más comida pide simplemente que la dejen poner.
Planear para la crisis o hacer en tiempos de no-crisis, ¿dónde estaremos atorados?